Sin dudas, una de las limitaciones más frustrantes para las personas ciegas es la de desplazarse en espacios desconocidos. Desde hace siglos, sin embargo, sorprende la capacidad de algunas de ellas para transitar libremente sin dificultades. Son aquellas que usan la ecolocación, que no es innata pero puede aprenderse y ensayarse para lograr una autonomía plena.
Conceptos previos
Se sabe desde hace tiempo que existe un pequeño número de animales que utilizan su oído para orientarse e incluso para cazar a sus presas.
Los ejemplos más conocidos implican a los murciélagos (únicos mamíferos capaces de volar) y a los delfines, aunque también las ballenas, algunos pájaros que habitan en cuevas oscuras y las pequeñas musarañas, entre otros, poseen esa capacidad.
Pese a que popularmente se cree lo contrario, ninguna de las 110 especies de murciélagos carece completamente del sentido de la vista, sino que este se halla limitado, por lo que recurren a la ecolocación para orientarse en la oscuridad y para ubicarse en distancias más allá de su rango visual e identificar obstáculos y alimentos.
Prácticamente desde siempre, ha sorprendido la habilidad de muchas de las personas privadas de visión para identificar y sortear obstáculos en ambientes desconocidos, atribuyéndose tal circunstancia a diversas teorías, aunque estudios realizados en las últimas décadas han llegado a la conclusión de que, pese a que los seres humanos no nacemos con esa facultad, como sí sucede en un puñado de animales, podemos llegar a desarrollarla y entrenarla para compensar la pérdida del sentido de la vista.
¿Qué es la ecolocación?
Se la define como la capacidad de detectar, discriminar y localizar obstáculos y objetos procesando la información sonora de los ecos producidos por el rebote del sonido emitido por el propio sujeto sobre lo que lo rodea.
El término fue acuñado por el investigador Donald Griffin en 1938, en un estudio en que demostró concluyentemente su existencia en los murciélagos.
A diferencia de lo que ocurre con el instrumento de navegación e investigación marina denominado Sonar, que envía señales sonoras para determinar qué es lo que hay en las proximidades de la embarcación (sobre todo debajo de ella) cuyo rebote es captado por un único sensor, que transmite hacia un aparato que forma una imagen sobre una pantalla, los seres vivos que utilizan la ecolocación se valen de la información que les llega en dos receptores, sus oídos, que, al estar ubicados distanciados uno del otro, les permiten determinar la posición espacial del objeto, así como su distancia, tamaño y características, ello basándose en las diferencias de intensidad, tiempo y frecuencia de regreso de la señal a cada uno de ellos.
Ecolocación humana
Pese a que algunas viejas teorías sostenían que la capacidad de ecolocar de los humanos era tan innata como la de los animales, ello no es así, aunque la buena noticia es que poseemos toda la instalación y que, con relativamente poca práctica, es posible desarrollar la habilidad. De hecho, muchas personas con visión reducida o ausente lo hacen casi sin darse cuenta.
Uno de los primeros en ocuparse de ello fue Diderot, quien, en un texto publicado hacia 1749 bajo el título “Carta sobre los ciegos”, se mostró sorprendido por la habilidad de ellos de eludir obstáculos, aunque atribuyó la capacidad de detectar objetos y personas que se hallaban a su paso a sutiles diferencias y desplazamientos del aire que impactaban sobre el rostro, lo que los advertía sobre su presencia.
Durante un tiempo, otros autores, incluso algunos de ellos ciegos, atribuyeron su libertad de movimiento en paisajes complejos a idéntica causa.
Otras explicaciones apuntaron a la presión atmosférica que generaba la presencia de los objetos sobre el tímpano. Y también quienes la atribuyeron a poderes extrasensoriales.
En una encuesta realizada hacia 1923 a 63 soldados que habían perdido la vista, el 70% de ellos explicó que era capaz de percibir los obstáculos. El 25% creía que se debía al oído, otro tanto a que el sentido involucrado era el tacto, mientras que el 50% restante lo atribuyó a una combinación de ambos.
Nuevas investigaciones fueron descartando que se debiera al sentido del tacto. Algunas investigaciones supusieron que se debía a ello, dado que muchas de las personas ciegas, al percibir su entorno, producían pequeños gestos faciales, como si se recibiera algún tipo de información por dicho medio. Por ello, otros investigadores lo refutaron con el simple método de cubrir el rostro, observando que la gesticulación se debía a una acción refleja de autoconservación ante el peligro de colisión, dado que, sin la posibilidad de estimulación sobre la cara, de todas maneras las personas continuaban con los gestos.
Por otro lado, lo que terminó de confirmar que en realidad se trataba de la audición fue que, cuando se cubrían los oídos de los investigados, estos no podían reconocer la existencia de objetos y personas en su proximidad.
A su vez, diversos trabajos que se realizaron con el transcurso del tiempo fueron determinando que muchas de las personas ciegas eran capaces de distinguir con suma precisión la distancia, el tamaño, el material y la forma de los objetos que se situaban a su alcance (usualmente no más allá de 2 o 3 metros).
También sirvieron para constatar que aquellos que eran capaces de realizar tal localización emitían vocalizaciones y otros sonidos, como el golpeteo del bastón.
Un estudio realizado hace algo más de dos décadas determinó que, en general, aquellos que emitían chasquidos con su lengua contra el paladar obtenían mejores resultados en las pruebas que aquellos otros que se valían de otros medios (golpes de bastón u otras vocalizaciones).
Mientras que los murciélagos, por ejemplo, emiten algo así como 200 sonidos de baja frecuencia por segundo, los seres humanos necesitan bastante menos para obtener información de su entorno. De hecho, se constató que aumentar la cantidad de sonidos no tiene efecto sobre la habilidad de ecolocación humana.
La explicación que se da de por qué funciona la ecolocación en las personas ciegas es que, en realidad, todas poseen esa capacidad y que, aquellas cuya visión es normal, usualmente descartan o pasan a segundo plano la información que proviene de los demás sentidos en cuanto a la localización de obstáculos y la activan cuando esos mismos datos provienen de una fuente que se encuentra fuera del radio de su visión.
Por otro lado, se sabe que el cerebro posee cierta plasticidad para adaptarse a las distintas condiciones personales de cada individuo. Así, por ejemplo, cuando la región que controla la palabra sufre algún daño, es frecuente que alguna otra tome a su cargo dicha función. Algo similar ocurre con las privaciones sensoriales, produciendo un reacomodamiento funcional para paliar la deficiencia.
En el caso de las personas ciegas, los demás sentidos se potencian.
Un estudio llevado a cabo en la Universidad de Western Ontario, en Canadá, reveló un dato muy importante: las personas ciegas procesan la información proveniente de la ecolocación en las mismas zonas que los videntes lo hacen respecto del sentido de la vista.
Basándose en un estudio de resonancia magnética, detectaron actividad en el córtex cerebral, tanto en la región implicada en el procesamiento de la información auditiva como en la correspondiente a la visual ante los estímulos obtenidos de la grabación de los propios sonidos que los sujetos ciegos emitían.
¿Por qué las diferencias?
La ecolocación humana es un proceso que puede dividirse en distintas etapas.
La primera de ellas comprende la emisión del sonido, el chasquido, que requiere que sea de baja frecuencia, porque se obtienen mejores resultados, al no confundirse con otros provenientes del ambiente. Para ello se requiere que el sujeto pase la lengua suavemente por el paladar, repitiendo el procedimiento cada pocos segundos.
A partir de la recepción del rebote de este en los objetos que componen el medio circundante se obtiene el primer dato, esto es, que hay “algo” ubicado en el trayecto. Inmediatamente se percibe su ubicación y la distancia a la que se encuentra y como paso final y, a la vez, como fruto de la experiencia, es posible identificar qué es eso que se halla en el camino.
A su vez, ante ambientes cerrados, donde la reflexión sonora produce múltiples señales contradictorias (sobre todo por su reflejo en los ángulos), se aprende a discriminar entre la principal y la secundaria, logrando idénticos resultados que en los espacios abiertos.
Se ha observado que existen diferencias importantes, por un lado, en la capacidad de locomoción de las personas que utilizan la ecolocación respecto de aquellas otras que no se valen de ella. Por otro, entre quienes la usan.
Los desniveles entre quienes usualmente se valen de ella puede deberse a varios factores, entre los cuales resulta obvio destacar que aquellos que posean una disminución auditiva obtendrán una perfomance menor.
Otro aspecto relevante es el entrenamiento. Si bien todos poseemos dicha capacidad, cuanto más se la utilice, mejores serán los resultados.
Más allá de que muchas personas desarrollan la habilidad por sí mismas, se puede recurrir a la ayuda de otras personas, ciegas o no, que puedan aportar técnicas para desarrollarla mejor y más rápidamente en un tiempo relativamente breve.
Ayudas electrónicas, ¿sí o no?
Desde hace décadas que se ha intentado desarrollar distintos aparatos, acordes a la tecnología disponible en cada momento, para ayudar a las personas ciegas a desplazarse.
Así, se han creado dispositivos manuales y diversos tipos de aplicaciones que corren bajo distintas plataformas.
En general, las personas ciegas y los investigadores sobre ecolocación se muestran reacios a adoptarlos, dado que aquellos que requieren su portación manual resultan engorrosos, porque ocupan al menos una mano, y los que dependen de algún soporte (tablets, celulares inteligentes, etc.) requieren no olvidar de cargar sus baterías, manipularlos para iniciar la función, acostumbrar el oído a los sonidos y toda una serie de inconvenientes, cuando con un simple chasquido de la lengua puede obtenerse una información idéntica y gratuitamente.
ColofónUna de las mayores dificultades que atraviesan las personas con falta de visión es moverse por espacios desconocidos o cambiantes con autonomía.
Aun cuando el bastón resulta una ayuda importante, se corre el riesgo de sufrir accidentes ante salientes elevadas del nivel del suelo que no pueden ser detectadas por él, entre otros.
La ecolocación parece ser el medio más adecuado para trasladarse por el espacio sin mayores inconvenientes.
Algunas personas ciegas desarrollan por sí mismas habilidades sorprendentes, que incluyen la práctica de deportes como ciclismo e incluso otros más extremos, tales como escalar, mientras que otras, a partir de su voluntad y el entrenamiento, pueden llegar a hacer otro tanto.
Es cierto que probablemente a la mayoría no le interese llegar a tales extremos, pero también lo es que poder valerse de la facultad de deambular sin necesidad de ayudas implica una mejor calidad de vida, dejando atrás una de las limitaciones más frustrantes para las personas con escasa o nula capacidad de visión.
Fuente: El Cisne