Lo que conocemos como “inteligencia” tiene diversas facetas, al extremo que, en realidad, pese a que todos utilizamos la palabra en múltiples contextos, no existe una definición que logre consenso universal.
Usualmente, sin embargo, tendemos a asociar inteligencia con capacidad intelectual para resolver situaciones de diferente índole y, sobre todo, la emparejamos con rendimiento académico, profesional o distintas habilidades para solucionar problemas novedosos apelando o no a la memoria.
Hace aproximadamente dos décadas y media se descubrió “otra” inteligencia, que no tiene que ver con los conceptos tradicionales en la materia: la Inteligencia Emocional (IE), que no se relaciona con las competencias intelectuales sino con algo mucho más profundo, como es poder reconocer y manejar los sentimientos propios y los ajenos.
Breves fundamentos de la IE
Si bien existieron formulaciones previas como la de Howard Gardner, quien ya por 1983 brindaba un concepto que ampliaba el que se tenía sobre la inteligencia, el de las “inteligencias múltiples”, que abarcaba mucho más que las habilidades intelectuales, Peter Sallovey, psicólogo social, actualmente presidente de la Universidad de Yale, junto con John D. Maier, psicólogo catedrático en la Universidad de New Hampshire, postularon por primera vez la Inteligencia Emocional en un artículo que publicaran en 1990.
Pero es Daniel Goleman, psicólogo norteamericano, quien, a partir de su best-seller “Inteligencia emocional” (1996) populariza el término.
Reconocer emociones y sentimientos es el elemento básico que nos permite relacionarnos con los demás y con nosotros mismos.
Poder leer nuestros estados de ánimo y el de los demás implica, a su vez, actuar en consecuencia. Para ello no es suficiente con aprehenderlos, sino que también es necesario manejarlos, para poder desenvolvernos correctamente ante las circunstancias que se presenten.
Las IE tiene diversos componentes, además de las emociones y los sentimientos. También se forma con los pensamientos, las conductas, la autoaceptación, la solución de situaciones y las relaciones interpersonales.
Es imprescindible reconocer nuestros propios sentimientos y emociones como paso previo a saber lidiar con ellos, así como poder interpretar los de quienes nos rodean.
Una vez logrado esto, el paso siguiente es lograr manejarlos en forma adecuada, es decir, saber qué hacer y cómo dominarlos.
Esto permite que las personas podamos desarrollar las conductas adecuadas para evitar desbordes propios y actuar en consecuencia ante las manifestaciones de los otros.
A su vez, si no logramos autoaceptarnos, conocer nuestras fortalezas y debilidades, difícilmente podamos relacionarnos adecuadamente. Ello no implica complacencia, sino conocernos y adoptar estrategias que nos permitan equilibrarnos.
Como consecuencia, si estamos centrados, podremos solucionar los problemas, las situaciones nuevas que se nos presenten sin que ello derive en un desequilibrio.
Y el corolario de todo esto es que de esta manera se puede establecer relaciones interpersonales de mayor calidad, logrando autocontrol y empatía hacia los demás.
IE y discapacidad
Durante mucho tiempo se puso el acento en la enseñanza de las personas con discapacidades que implicaban problemas de interacción social en aspectos relacionados con el desarrollo intelectual, incluso negando las habilidades que ellas tenían porque no se condecían con lo que se esperaba, basadas fundamentalmente en dos aspectos: los relacionados con el lenguaje y los de las matemáticas y sus derivados, descartando muchos de sus potenciales.
Lo que se propone desde las corrientes que siguen los postulados de la IE es que, aunque es deseable que se estimulen las competencias académicas, no se deje de lado esa otra forma de inteligencia, dado que ello mejora la calidad de vida de las personas.
Por eso Gardner explica que “la inteligencia es un potencial biopsicosocial que se manifiesta en la capacidad de resolver problemas o elaborar productos que sean valiosos a una o más culturas” y definía otras seis áreas de inteligencia, además de las relacionadas con el lenguaje y el pensamiento matemático: la musical, la espacial, la corporal cinestésica, la intrapersonal, la interpersonal y la naturalista.
A su vez, Salovey y Mayer explican que la IE es “la habilidad para manejar los sentimientos y emociones propios y de los demás, de discriminar entre ellos y utilizar esta información para guiar el pensamiento y la acción...”.
Uno de los problemas fundamentales respecto de la comunicación con los demás que afrontan las personas con discapacidad es que suelen poseer una autoestima baja, en parte por reconocer sus dificultades, pero también en parte por lo que le vuelve del medio en el que se desenvuelven.
Por otro lado, la rigidez de los sistemas educativos, tendencia que viene revirtiéndose en los últimos años pero que permanece como trasfondo, asociada a la estandarización de métodos y objetivos, tiende a hacer más hincapié en los déficits que en las competencias.
También los estándares sociales, en cuanto a que las emociones son algo a reprimir, a guardar en el interior y que solamente pueden aflorar en determinados momentos conspiran contra la posibilidad de que puedan ser aceptadas y manejadas por los sujetos, independientemente de que posean alguna discapacidad o no, siendo que ellas son constitutivas de nuestra esencia como humanos.
Mediante la IE se busca que cada persona reconozca sus emociones y que logre etiquetarlas, ponerles un nombre, reconocer sus intensidades, manejar la magnitud de sus manifestaciones y buscar la manera adecuada de exteriorizarlas.
También se trabajan los pensamientos y las conductas, los que, junto con las emociones, forman un continuo interrelacionado, para que se comprenda que las formas negativas de expresarlos traen consecuencias del mismo orden, mientras que las positivas logran mejores resultados.
La aceptación de sí mismo es también un punto central, puesto que conocerse, saber cuáles son las habilidades propias y qué áreas presentan inconvenientes ayuda no solamente a manejar la frustración y la ansiedad, sino que repercute positivamente en la imagen propia de cada individuo y permite identificar las de los otros, quienes, porten o no discapacidad, también tienen sus puntos fuertes y sus debilidades.
Otro aspecto importante que busca desarrollarse es la actitud frente a los problemas. Saber que existe una multitud de situaciones que requieren respuestas de diversa clase ayuda a estar preparados para afrontar acontecimientos nuevos y que existen alternativas para resolverlos, además de tomar conciencia de que, al mismo tiempo, hay otros que no tienen solución.
En ese sentido, también es importante que puedan simbolizar y verbalizar lo que les sucede, puesto que ello permite una vía alternativa de expresión a las explosiones emocionales o su represión.
A partir de poder identificar las emociones y los sentimientos personales se puede hacer lo propio respecto de los demás a través de la empatía. Esto es, basándose en la experiencia propia, se reconocen los de los interlocutores y es posible actuar en consecuencia, poniéndose en el lugar del otro.
Resulta obvio destacar que, según el tipo de discapacidad y del grado de expresión de ella en cada persona, será distinta la forma de encarar la educación emocional y el tiempo que requerirá su implementación y las estrategias a utilizar.
En general, las personas con Síndrome de Down, por ejemplo, tienen una mayor tendencia a la sociabilidad y, por lo tanto, los métodos a utilizar para que logren un manejo adecuado de los componentes de la IE suelen recibirse mucho más fácilmente que en aquellos casos de individuos diagnosticados con Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad o con Autismo y otros.
Un aspecto importante a reconocer es aquel referido al lenguaje emocional.
En este sentido, además de brindar elementos para poder asumir los signos propios, es necesario trabajar para que puedan reconocerse las manifestaciones de estados de ánimo en los otros.
Las señales de los estados de ánimo en las personas se muestran principalmente a través de expresiones faciales, tonos de voz, posturas y demás formas de comunicación verbales y no verbales.
Las señales de los estados de ánimo en las personas se muestran principalmente a través de expresiones faciales, tonos de voz, posturas y demás formas de comunicación verbales y no verbales.
Poder correlacionar estos elementos externos con los propios es uno de los objetivos a lograr, dado que, si bien las formas de expresarlos varían de persona a persona, sin embargo se reconocen patrones de lenguaje corporal con cierto grado de universalidad, por los cuales se puede tener una idea aproximadamente certera de lo que le sucede a aquel con quien se interactúa.
Quiénes y cómo aplicar la IE
Quiénes y cómo aplicar la IE
Las estrategias para trabajar la IE recurren a conceptos tales como autoconocimiento, autonomía, autoestima, comunicación, habilidades sociales, escucha, solución de conflictos, pensamiento positivo, entre otros.
Lo que se busca es que las personas con discapacidad con problemas emocionales puedan resolverlos en la medida de sus posibilidades, que aprendan a reconocer y a lidiar con sus limitaciones, para que ellas no terminen en frustración y en conductas disruptivas.
Intentar “normalizar” solamente produce el efecto contrario.
Las personas que han implementado los procedimientos relativos a la IE (existen diversas metodologías al respecto), manifiestan que, a partir de la mejora de su autoestima y el reconocimiento de sus estados emocionales, han logrado mejores desempeños del orden de los aspectos educativos (tanto académicos como conductuales), mayor tolerancia a la frustración, mayor grado de participación en los asuntos que los conciernen, disminución de los estados depresivos, más aceptación social, mejoras importantes en su vida de relación, una visión más positiva de la vida y mucho más.
En lo concerniente a quiénes son los que deben llevarlo a cabo, más allá de la ayuda profesional que pueda buscarse, compete, en general, a todas las personas que se hallan próximas a los sujetos.
Desde esta perspectiva, resulta importante el ámbito educativo, dado que es allí donde muy frecuentemente se interponen barreras que aumentan los problemas.
En este espacio (aunque no solamente en él), es importante que se estimulen las habilidades de los individuos y que se les brinden apoyos y ayudas en aquellas áreas en las que muestren deficiencias, sobre todo encarando la tarea con un enfoque positivo, resaltando los logros y no apuntando a los errores.
De tanta o mayor importancia resulta el entorno de estas personas.
El primer y principal paradigma que tenemos es fundamentalmente el hogar.
Nuestros modelos de conducta se aprenden, básicamente, en ese entorno, por lo cual es importante que, sobre todo los padres, estén al tanto de las estrategias necesarias para desarrollar la IE de sus niños, teniendo en cuenta que funcionan como un espejo en el cual se reflejan las conductas que los hijos manifiestan.
Son ellos quienes resultan la principal fuente de información y los que deben comprender que los pequeños adquieren múltiples conocimientos (entre ellos, los emocionales) poco a poco y, seguramente, aquellos que tienen problemas en dicha temática requerirán de un mayor esfuerzo y más paciencia.
Por ello, la reacción desmedida de los padres ante la desmesura de sus hijos no ayudará. En cambio, estar atentos a sus demandas, escucharlos, reconocer su lenguaje no verbal y actuar en consecuencia implica que ellos vayan reconociendo las formas adecuadas de expresarse.
Asimismo, cuando adquieren el lenguaje, es necesario hablar con ellos, explicarles y ayudarlos a reconocer y nombrar a sus emociones y alentarlos a expresarlas en forma correcta, al tiempo de hacer lo propio con las parentales, dado que el ejemplo concreto es mucho más potente que las palabras.
Y también en este caso es imprescindible recurrir a los reforzamientos positivos, esto es, resaltar las virtudes y señalar los errores, pero sin remarcarlos.
Por otro lado, controlar las emociones no significa reprimirlas. Por el contrario, su expresión es necesaria, pero lo que hay que señalar es que ello debe adecuarse a las circunstancias de tiempo y lugar y de acuerdo a las personas que se hallen presentes.
Esto se logra apuntando a que, sin perder su individualidad, el niño aprenda desde la más temprana edad a compartir, a respetar las conductas sociales (saludar, pedir, respetar turnos en el habla, etc.), a relacionarse con otros.
En ese sentido, sin ser demasiado insistentes, debe aprovecharse cada ocasión que se presente para señalar lo que es adecuado y lo que no, siempre calmadamente y dando la oportunidad al otro para que se exprese.
También es importante que los demás adultos con los que se comuniquen adopten la misma postura.
Palabras finales
El desarrollo de la IE, si bien ha recibido críticas (basarse en propuestas voluntaristas, fundadas en conceptos confusos y simplistas y ser un acopio inconexo de formulaciones de diversas ramas de la Psicología sin fundamento científico, entre otras), aparece como una herramienta a tener en cuenta para mejorar la calidad de la vida de relación de aquellas personas que, con o sin discapacidad, presentan problemas para intercomunicarse con otras y tener una buena autoimagen.
Si sus postulados son ciertos, es decir, que puede controlarse la forma de expresar sentimientos y emociones, se trataría de una forma pertinente y relativamente fácil de tratar esas dificultades.
Ronaldo Pellegrini