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martes, 15 de abril de 2014

Procrastinación: un trastorno que corroe el aprendizaje


¿Existe una discapacidad de la voluntad? ¿Vamos camino a perder capacidades básicas de desenvolvimiento y superación personal? La procrastinación no se trata de pereza ni de un simple problema de organización, sino de un complejo y frecuente trastorno del comportamiento muy asociado al déficit de atención del adulto y la ansiedad social que se desenvuelve desde una perniciosa dinámica entre la dilación constante, la postergación sistemática de tareas que son cruciales para el propio desarrollo y su reemplazo por actividades irrelevantes pero que brindan un placer y estímulo inmediatos. Según recientes estudios, es una de las principales causas de fracaso académico en estudiantes secundarios y universitarios. Los especialistas responsabilizan a la irrupción de las “tecnologías de pantalla” en la vida cotidiana y ponen en cuestión el estilo de vida dominante.


Esta palabra, un tanto compleja y estrafalaria, ha comenzado a irrumpir en nuestro vocabulario cotidiano como un sello distintivo de nuestro tiempo. La procrastinación (del latín: pro, adelante, y crastinus, referente al futuro) engloba a todos aquellos hábitos y conductas de postergación o posposición de actividades prioritarias, sustituyéndolas por situaciones irrelevantes y/o agradables.
El término se aplica comúnmente al sentido de ansiedad generado ante una tarea pendiente de concluir. El acto que se pospone puede ser percibido como abrumador, desafiante, inquietante, peligroso, difícil, tedioso o aburrido, es decir, estresante, por lo cual se autojustifica posponerlo hacia un futuro idealizado. De esta manera, lo importante queda supeditado a lo urgente.
Se trata de un complejo trastorno del comportamiento que tiene su raíz en la baja tolerancia a realizar acciones que demanden persistencia y voluntad, llegando a provocar ante el esfuerzo sostenido intensa ansiedad, nerviosismo e incomodidad, que detonan en un malestar psicofísico que sólo puede aliviarse con actividades banales que provoquen un placer inmediato. Podemos decir, sin temor a exagerar, que esta dinámica abre una brecha insondable entre la intención y la acción.
Los especialistas en trastornos de comportamiento aseguran que en nuestra sociedad la dilación crónica es un trastorno cada vez más profundo, y si bien todavía se encuentran realizando estudios para averiguar el cómo y el por qué de esta problemática, la mayor parte de los resultados apunta a las demasiadas “desviaciones tentadoras” que orbitan a nuestro alrededor, especialmente aquellas provenientes de las nuevas tecnologías.
El Profesor Steel de la Universidad de Calgary, y uno de los principales investigadores sobre este trastorno, publicó un abultado estudio en un reciente boletín de la Asociación Americana de Psicología. Alí asegura que en 1978 el 5% de los norteamericanos se consideraban a sí mismos como “diletantes morbosos”, frente a un 26% de quienes en la actualidad se perciben como víctimas de esta problemática.
Stell apunta todas las armas contra las nuevas tecnologías y su capacidad de invadirnos y desviar nuestra atención: televisores en cada cuarto, videojuegos, Internet, teléfonos celulares... Y la síntesis de todo esto, en los cada vez más sofisticados teléfonos inteligentes.
Este acceso inmediato y permanente a la tecnología provoca que incluso en los ámbitos laborales (y no únicamente en las oficinas) el correo electrónico, las redes sociales y los juegos estén a un clic de distancia, disminuyendo notablemente la calidad del rendimiento laboral. "Incluso la aparición de un juego estúpido como el ‘buscaminas’, probablemente le haya costado miles de millones de dólares a toda la sociedad", afirma Steel.
El psicólogo William Knaus, quien ha escrito varios libros de autoayuda en la lucha contra la dilación, asegura que le resultó más difícil “rehabilitar” morosos crónicos que alcohólicos. "Nunca, en toda la historia, ha sido más difícil ser auto-disciplinado de lo que es ahora", sentencia.
Un estudio encabezado por la Dra. Laura Rabin y publicado en la revista Journal of Clinical and Experimental Neuropsicology (2011), un equipo de investigadores encontró que las personas que experimentan una fuerte tendencia a posponer las cosas también reúnen muchas otras características como: incapacidad para el ordenamiento de su tiempo y el establecimiento de rutinas, desorganización, falta de impulso y control emocional, mala planificación y pobre establecimiento de metas, reducción del uso de las habilidades metacognitivas, distracción, falta de persistencia en las tareas y mala gestión de tareas. Además, la investigación sugirió que las deficiencias en estas áreas podrían tener que ver con diferencias en la estructura y funcionamiento del cerebro, específicamente en la corteza pre-frontal, a pesar de que los estudiados aparentaban ser personas neurológicamente sanas.
Por otra parte, en otro estudio llevado a cabo en 2011 en la Universidad de Cumhuriyet en Turquía, los investigadores descubrieron que si bien este trastorno puede manifestarse en niños, la dilación afectaba especialmente a los estudiantes de secundaria, los estudiantes universitarios y los de postgrado. Siendo que los estudiantes de la escuela secundaria y estudiantes universitarios manifestaban una tendencia a posponer las cosas mientras más se acercaban a la hora de los exámenes y los estudiantes de posgrado a la hora de escribir sus artículos.
Prolongación indefinida de la adolescencia, irrupción omnisciente de pantallas y tecnologías de comunicación, hiperestimulación, distracción continua, inmediatez, hedonismo, narcotización, falta de compromisos, dilación… Pareciera tratarse de golpes con los que nuestro estilo de vida se ha ensañado contra un temido enemigo: la voluntad.

Psicología de la dilación
La dilación crónica es un trastorno similar al Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) o una distorsión de la imagen corporal. Así como no se puede “culpar” a una persona con TOC por su comportamiento obsesivo, y decirle simplemente “ya basta”, tampoco tiene sentido reprender a las personas que se encuentran atrapadas por hábitos de postergación.
“No resisten más de cinco minutos”, debe ser una de las frases más escuchadas últimamente en las salas profesores. No alcanzan los recursos pedagógicos capaces de captar suficientemente la atención y el interés de los alumnos. Todo indica que hoy, un maestro debería parecerse más a un “entretenedor” que a un pedagogo. Sin embargo, poco a poco esta problemática ha comenzado a rondar y establecerse en las aulas universitarias y los espacios laborales, donde la situación se agrava debido a las responsabilidades en juego y a que la necesidad de tomar una decisión se hace más y más importante.
Según los investigadores (Ferrari et al., 1995; Dryden, 2000) la procrastinación afecta al 60% de la población de manera leve a moderada y a un 25% de manera discapacitante. Siendo la procrastinación académica entre alumnos universitarios la de mayor incidencia. Algunos estudios arriesgan que el 95% de los estudiantes universitarios padecen de niveles moderados de dilación, y que alrededor del 50% la sufren de manera sistemática.
Neenan (2008) refirió la necesidad de distinguir la procrastinación de la postergación planeada, es decir, cuando existen razones valederas para dilatar una determinada acción. También manifestó que sería un equívoco considerar a la procrastinación como simple pereza debido a que una persona ociosa siente resistencia a emprender una determinada acción, mientras que el “procrastinador” se llena de ocupaciones irrelevantes, como atender las redes sociales o enviar mensajes de texto, para evitar concluir una actividad prioritaria que requiere de concentración y esfuerzo.

La dilación crónica tiene una estructura de comportamientos bien definida que implica los siguientes mecanismos:
- Las personas afectadas son más propensas a elegir algo que es inmediatamente gratificante en lugar priorizar los beneficios a largo plazo de una acción que reviste un esfuerzo previo y sostenido.
- Tienen una baja tolerancia a la frustración, la incomodidad, el esfuerzo sostenido, el aburrimiento y los contratiempos.
- Aunque logran desviar la atención de las prioridades, no se encuentran relajados, saben que la elección inmediata no es buena. Lo cual les genera mucha ansiedad.
- Sufren de baja autoestima, ansiedad y un constante miedo al fracaso o, más específicamente, miedo a iniciar ciertas tareas porque imaginan que no van a alcanzar los estándares de rendimiento o éxito deseados.
- Reprimen frecuente sus responsabilidades para centrarse en tareas que no les provocan temor al fracaso.
- Han crecido con las creencias introyectadas de que todo placer proviene del ocio y no de las tareas de responsabilidad, mientras que al mismo tiempo creen que sus responsabilidades sólo pueden satisfacerlos si se logran en su más alto estándar.
Estos hábitos y creencias conducen a un sistema ineficiente de productividad que a la vez degenera en auto-desprecio, sentimientos de insuficiencia, gran sufrimiento y parálisis en la acción y la decisión.
De acuerdo con la Dra. Linda Sapadin, psicóloga norteamericana y autora del libro “La dilación en la era digital”, hay seis tipos de procrastinadores:
- Perfeccionista: son poco realistas respecto al uso de tiempo y energía necesarios para realizar las tareas de mayor responsabilidad. Se exigen tanto y temen tanto al fracaso que tienden a posponer las tareas que comienzan o retrasan al máximo su finalización, ya que lo viven como una pesada carga.
- Soñador: quieren desesperadamente que la vida sea más fácil y agradable, por lo que retroceden automáticamente ante cualquier cosa que pueda ser difícil o estresante. Viven en sus fantasías, tendiendo a ser pasivos, prestando poca atención a los hechos y detalles, por lo cual tienen serias dificultades para centrarse o realizar tareas específicas. Además, sostienen la creencia de que son “personas especiales” para quienes el destino va a intervenir desde afuera para “acomodar las cosas”.
- Preocupado: al carecer de confianza en sus propias capacidades, tienden a evitar o retrasar las tareas. Son indecisos en general y con frecuencia se desentienden de aquellas decisiones postergadas. Dependen excesivamente de otros, ya sea para solicitar consejos, contención, cuidado y ayuda. Prefieren la seguridad de lo conocido y tienen una alta resistencia al cambio.
- Desafiante: ven la vida en términos de lo que los demás esperan de ellos o les obligan a hacer, no en términos de lo que ellos mismos quieren o necesitan hacer. Resisten la autoridad y utilizan la dilación como medio para desafiarla. Tienden al pesimismo y carecen de automotivación.
- Creador de crisis: cuando se enfrentan a una tarea indeseable pasan de un extremo a otro. Primero ignoran su responsabilidad y se dispersan pero luego se sienten atrapados por la situación y tienden a dramatizarla, haciéndose el centro de atención. Se aburren fácilmente y se resisten a hacer las cosas de manera racional y metódica por considerarlo aburrido o tonto. Sienten la necesidad de probarse a sí mismos que viven en el límite.
- Hiperhacedor: sufren de baja autoestima, lo que les obliga a asumir más trabajo del que podrían manejar razonablemente. Tienen problemas para decir “no” o pedir ayuda. La indecisión los empuja a asumir tantas funciones y responsabilidades diferentes que fácilmente se confunden acerca de las prioridades y se distraen en las tareas específicas. Carecen de auto-disciplina, sobre todo en lo que respecta a las necesidades personales. Les resulta muy difícil relajarse sin sentirse culpables o avergonzados.

Otros aportes fundamentales para comprender las complejidades de esta condición han sido proporcionados por los recientes avances en materia de neuropsicología.
Las investigaciones en este campo se han aventurado más allá de los trastornos de cognición, emocionales y de la personalidad, para bucear en la función ejecutiva de los sistemas frontales del cerebro, responsables en una serie de procesos vinculados con la autorregulación como ser: resolución de problemas, planificación y el autocontrol.
“Teniendo en cuenta el papel de la función ejecutiva en el inicio y la terminación de las conductas complejas, fue sorprendente para mí que la investigación llevada a cabo hasta el momento no haya examinado sistemáticamente la relación entre los aspectos de la función ejecutiva y la dilación académica”, asegura la Dra. Laura Rabin, perteneciente al Brooklyn College y una de las mayores investigadoras en el área.
Para hacer frente a este vacío en la literatura, Rabin y sus colegas reunieron a un conjunto de 212 estudiantes y luego de evaluar sus niveles de procrastinación realizaron un seguimiento dentro de las nueve subescalas clínicas del funcionamiento ejecutivo: impulsividad, auto-monitorización, planificación y organización, desplazamiento de actividad, iniciación de tareas, tarea de supervisión, control emocional, memoria de trabajo y el orden general. Los investigadores esperaban encontrar un vínculo entre la dilación y algunas de las subescalas (especialmente las cuatro primeras). Pero para su sorpresa, los estudiantes con mayores conductas diletantes mostraron asociaciones significativas con las nueve subescalas.
Aunque no se realizaron estudios complementarios, Rabin detalló que la dilación podría ser una “expresión de una disfunción ejecutiva sutil”.

Procrastinación académica, reaprendizaje y estrategias
Solomon y Rothblum (1984) definen la procrastinación académica como la conducta de casi siempre o siempre postergar el inicio o conclusión de las tareas académicas y casi siempre o siempre experimentar niveles problemáticos de ansiedad asociada con dicha postergación.
Más allá de la obvia repercusión negativa en el desempeño académico, el ausentismo y la deserción, este trastorno acarrea además serias repercusiones tanto en la salud emocional como en la física.
Uno de los primeros estudios para documentar la naturaleza perniciosa de la dilación académica fue publicado en la revista Psychological Science en 1997 (Dianne Tice y Roy Baumeister). Los estudiantes universitarios que participaron de manera voluntaria fueron calificados respecto a sus niveles de dilación y a continuación se realizó un seguimiento de su rendimiento académico, los estrés y el estado general de la salud a lo largo del semestre. Inicialmente, parecía que la dilación generaba ciertos beneficios, ya que los estudiantes procrastinadores mostraban niveles más bajos de estrés en comparación con los otros, presumiblemente como resultado de postergar su trabajo para realizar actividades más placenteras. Al final, sin embargo, los costos de la dilación superaban con creces los beneficios temporales. Además de calificaciones más bajas, se reportaron severos trastornos de estrés y enfermedades físicas, además de consecuencias emocionales importantes.
Uno de los estudios más significativos fue llevado a cabo por Tice y Ferrari, quienes lograron desentrañar los más íntimos mecanismos detrás de esta conducta. En una experiencia de laboratorio reunieron a un conjunto de estudiantes procrastinadores en sesiones individuales y se les invitó a desentrañar un acertijo matemático. A algunos se les dijo que la tarea era una prueba significativa de sus capacidades cognitivas, mientras que a otros se les comentó que simplemente se trataba de un juego. Antes de resolver el acertijo, los estudiantes tuvieron un período transitorio durante el cual podían prepararse para la tarea o perder el tiempo con juegos como el Tetris. Fue así que sucedió que sólo optaron por postergar la tarea aquellos estudiantes a los que se había comentado que se trataba de una evaluación cognitiva.
De esta manera Tice y Ferrari llegaron a la conclusión de que la dilación es realmente un comportamiento autodestructivo que trata se socavar los propios esfuerzos: “un estilo de vida de mala adaptación”.
Ahora bien, ¿la procrastinación puede explicarse mejor a partir de la incapacidad para gestionar el tiempo y adaptarse a los desafíos o por la incapacidad para regular los estados de ánimo y emociones? Pychyl (2000) y Tice (2001) concluyeron que la regulación emocional es uno de los mayores disparadores de postergación, y que a medida en que se puede lidiar con las emociones, se puede permanecer enfocado en la tarea.
Otros especialistas han sugerido que en realidad la imposibilidad de automotivación y el estar acostumbrados a que “todo llegue desde afuera”, se desplaza hacia el propio sentido de las tareas y contribuye con la dilación. Y para corregir estos hábitos, trabajan sobre intensos programas que brindan estrategias para la autogestión.
Uno de los abordajes principales para el desarrollo de estrategias se basa en poner en contacto directo a la persona con su deseo. Se puede tener toda la capacidad del mundo, pero sin la chispa necesaria, el talento puede significar poco. En este sentido, el deseo conduce hacia la motivación y el entusiasmo. Conocerse y conocer lo que nos enciende puede ser la llave para preparamos adecuadamente para los desafíos y la conquista de pequeñas metas. Se trata de ir proporcionando oportunidades para el éxito a través de la orientación de objetivos claros.
Muchas veces nuestros objetivos se trazan más desde la fantasía que desde la realidad. Lograr que nuestras metas sean razonables y partan desde las reales necesidades y deseos requiere esfuerzo y planificación. Para ello, es necesario idear un plan sistemático que rompa los objetivos irreales y trace una serie de objetivos simples, así cada logro que culmina con éxito invita cabalmente hacia un propósito más elevado.
La toma de control y la autorregulación son los principios básicos de la autoeducación. Controlarse a sí mismo es el punto de partida básico. Se puede alcanzar con éxito la autodisciplina sobre la base de tres pilares: adecuada preparación, organización y rutinas consistentes.
Cuando una persona aprende a desarrollar un plan basado en el conocimiento y la comprensión de su yo profundo y con un propósito preciso de sus fortalezas y debilidades, se está utilizando lo que los especialistas llaman una “inteligencia intrapersonal” (Gardner, 1983). Este proceso nunca es fácil, y puede a menudo ser doloroso, aunque el resultado positivo a partir de pequeños objetivos puede hacer crecer el propio potencial bloqueado.
Investigadores como Rubin, especializados en el funcionamiento ejecutivo, aseguran que establecer plazos personales ha demostrado mejorar la capacidad para completar una tarea, diferenciando que los plazos autoimpuestos no son tan eficaces como los externos, pero son mejores que nada.
Otras estrategias directas para contrarrestar la tentación de fugar la atención incluyen el bloqueo temporal a la distracción, pero en gran medida ese esfuerzo requiere primero de la conquista de la autorregulación y para ello es necesario “cavar profundo en el deseo y encontrar un significado personal en cada tarea”.
Al mismo tiempo, otros investigadores apuntan a un cambio cultural, ya que se trata de un problema existencialmente relevante que atraviesa a la sociedad en su conjunto. De otro modo, no sería posible que se destinen más recursos y dinero para la creación de nuevos dispositivos tecnológicos que para la mejora en programas educativos adaptados a la necesidad del hombre actual.
No podemos y no debemos desentendernos de nuestro contexto, ya que no estamos hablando de personas que sufren de trastornos de aprendizaje, sino mayoritariamente de personas con gran potencial, que han llegado a alcanzar estudios universitarios. ¿Qué los empuja entonces a torcer su voluntad y ceder al tedio, la abulia, las actividades fútiles y al desánimo? En definitiva, ¿qué les paraliza la voluntad y les enflaquece el deseo? Sin dudas estos enigmas nos interpelan a todos, a nuestro modo de vida, a nuestras prioridades y nos confrontan con una construcción a la vez personal y social del sentido de la vida.



Fuente: El Cisne